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viernes, 2 de noviembre de 2012

1957: Marga y Blu de viaje a Roma con el colegio




Pero antes en 1957, ya habíamos ido nosotras al extranjero con el Colegio. En la primavera, pasamos la Semana de Pascua en Italia. Descubrimos lo importante que, la Pascua era allí. El viaje duró quince días. Salimos del Colegio en un autobús lleno de alumnas y antiguas alumnas, con alguna madre... La de Coco, por ejemplo. Sor Raquel no calculaba bien los Km.
Al llegar al puente de Laredo, (al antiguo), avisó a todas:
-¡Ya estamos en Francia...!

Llevábamos a sor Juana, la cocinera. También venía sor Carmen, la superiora. Iban sentadas en los primeros asientos. Nosotras en el último. En cuanto veíamos que las tocas navegaban, sacábamos los pitillos y a fumar.
Inventamos “el cebo”. Era un liguero mío, comprado en Francia, blanco y con puntillas - de pitiflú - lo sacábamos por la ventanilla cuando venían coches con chicos.
En Génova, ya empezamos a hablar con unos, nos acercaron al puerto. A ver los barcos, creíamos. ¡Qué va, querían darnos un “bacho”!.
Llegamos a Pisa a las tres de la mañana y el alojamiento coincidió enfrente de un cuartel. Bajó la primera la señorita Rosarito, y nos pareció que algún soldado la abrazaba. Enseguida corrimos la voz:
-¡Los italianos son terribles, han abrazado a la señorita Rosarito! El gran escándalo. Todas corriendo.
Coco perdió las gafas, y no hacía más que repetir:
-¡Qué me quedo sin ver Roma!
Nada más llegar nos dio una habitación, y nos dijeron que no abriéramos a nadie. Aseguramos la puerta arrimando muebles y sillas. La cena consistió en unas avellanas, y un traguito de coñac que llevaba alguien, en una botellita de esas de las ferias.
En una de las paradas durante el viaje, entonces no había áreas de servicio, nos dieron tiempo libre. Marga y otra que no venían. Cuando lo hicieron, después de mucho, ¡menudas tortas que las dio sor Raquel! Habían estado visitando el barrio chino. Las tortas fueron por la espera, de lo “otro” no se enteraron.
Al pasar por Montecarlo, sor Raquel quiso entrar en El Casino:
-¡Donde se arruinó el que pudo haber sido mi suegro!
-¿Está usted loca? Le dijo sor Carmen. Y no sabemos lo que pasó al final, porque a Marga le pareció que sería un recuerdo estupendo hacer pis en los jardines. Así lo hicimos. También era de madrugada.
En Venecia pensamos que era mejor dejar el paseo en góndola para el viaje de novios, así que lo hicimos en el vaporetto.
En Florencia compré un gatito de rafia de color naranja que por ahí debe andar. Mamá lo conserva todo. Con su historia. Excuso decir lo que es limpiar las copas del bar con ella: “esta era de “Los Iñigo”, que vivían en El Muelle, lo mejor de Santander… ¡Sin “pedigrí”, mamá por favor, que nos van a dar las uvas!
Trajimos los clásicos conjuntos de lana fina. Un bolso, y pañuelos multitud de pañuelos, que entonces además se llevaban en la cabeza, pero anudados sobre la barbilla, como para disimular la papada.
La madre de Coco, compró unas codornices de plata para la mesa del comedor, que también estaban muy de moda.
Yo llevaba dinero para dos encargos. Comprar unos tapices del mismo autor que había otros en casa: Da Pío Ricci. Y una botella de: Quianti Bertoli. No hice ninguno. Nos gastamos bastante comiendo pasteles ya en Roma: En Motta.
Visitamos el Coliseo, con una cola de moscones detrás. Sor Raquel dijo que los provocábamos nosotras, y se volvió hacia ellos, para echarlos. ¡Se la encararon! Toda colorada nos mandó al autobús. Y nos fuimos, ella incluida, a todo correr. Al llegar me habían robado el impermeable amarillo y otras cosas.
No vimos Moisés, ni la tumba de Alfonso XIII... Marga dijo del primero que estaba vestido de marinero. Así que cuando después he viajado con niñas por Europa, y me hacían lo mismo: ¡me daba una risa!
Al salir de Roma se nos estropeó el autobús, y pasamos la noche en la carretera. Hicimos hasta la colada al día siguiente. Pasaban los romanos saludándonos: ¡Bonna Pascua!
-¡Bonna Pascua!... Seguimos viaje.
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[1] Entonces pude aprender que tener dinero no importa nada, que para vivir hacen falta muy pocas cosas, y que los guisantes son fenomenales como decía al principio. Ojala las personas llegásemos a ser como guisantes...

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