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sábado, 8 de septiembre de 2012

1946: La llegada de María, la muchacha

María, la muchacha, llegó a Miravalles cuando nació Ignacio-Pedro, en 1946, y le crió como a su hijo.
Ella, -supe muchísimo después-, había tenido un niño hacía poco, que se murió.
Vino de Requejada.
Y no traía nada: unas zapatillas de esparto, que se acababa de lavar, y dejaba su huella por donde pisaba.
Estuvo en casa veinte años.
Hasta que la echó mi abuela Visi, -que era de ¡armas tomar!-, aprovechando un viaje de mis padres a París.

En Miravalles, la despensa parecía una tienda

Si, la despensa parecía una tienda, con palas de porcelana blanca y mango azul marino, para servirse las alubias, los garbanzos, el arroz, etc...
No nos dejaban jugar allí a las tiendas.
Me gustaba meter la mano en las lentejas -como a Amelí-, pero, lo único que nos dejaban era ayudar a escogerlas.
Venían con piedras, o con bichos, y había que escogerlas dejándolas limpias. 

En aquella época, vivíamos en el primer piso.
La cocina de arriba, era enorme.
¡Con decirte, que aprendí allí a patinar, antes de salir a la acera!


Con María en Miravalles en 1947 con ¡una nevada! La foto la hizo mi padre que ya era un gran aficionado
Me agarraba al manillar, o como se llamara esa barra donde se colgaba el hierro de la cocina, un trapo, para secar... etc...
María sabía matar pollos. Los agarraba por el pico apretándoselo contra el pescuezo, y les daba un tajo en la cresta.
La sangre caía en un tazón.
Nos decía:
-¡Agárrale las patas!, que estaban debajo de su brazo.
Y nosotros:
-¡Asesina!
Y ella:
-“Tanta culpa tiene quien le mata, como quien le agarra de la pata”.

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