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domingo, 2 de septiembre de 2012

En mayo de 1959, ha llegado a la Obra en Francia

En junio de 1958, precedida por la oración a Sancta María Regina Galliae y por la bendición del Padre, este grupo pondrá en marcha la Residencia Rouvray.

El Fundador conocerá a los primeros que han llegado a la Obra en Francia, en mayo de 1959. Alguno describirá así esta visita:

«No me imaginaba que el Padre fuera tan rebosante de humanidad, tan alegre y sonriente (...). Casi instantáneamente todos participábamos de esa honda y radiante alegría que desbordaba de su corazón. Y, observé, que al acercarse a cada uno de los allí presentes, a todos les llegaban unas palabras cariñosas, paternales, como si los conociera desde siempre»(43).

El Fundador bromea con ellos y les dice que quiere mucho a los franceses a pesar de la invasión de Napoleón... Y que entre sus ascendientes hay una rama francesa.

Y como un ejemplo de la universalidad del espíritu que Dios le ha dado, les habla de los que ha nombrado Intercesores del Opus Dei, a los que los miembros de la Obra encomiendan algunas necesidades apostólicas concretas: Tomás Moro, un inglés; el Cura de Ars, un francés; San Pío X, un italiano...

El ambiente es de confianza y cariño. En un momento de la conversación, les dice:

«Os quiero piadosos, alegres, optimistas, trabajadores y pillos (...). ¿Cómo se dice pillo en francés?».

La Residencia femenina de Rouvray, en el barrio de Neuilly, también será punto de referencia del Padre en éste y sucesivos viajes.

El Centro de encuentros de Couvrelles, cerca de Soissons, a unos 100 kilómetros de París, se pondrá en marcha como Casa de Retiros y Convivencias en 1966. Tres años antes, se lo han enseñado al Fundador, desde el coche. Tienen la duda de la gran envergadura del edificio que les desborda, entonces, todas las previsiones. El Padre mira la casa y les tranquiliza. Porque aún le parece pequeña para las tareas que se avecinan.

Su visión del futuro es certera. En un breve plazo de tiempo, Couvrelles, preparado para alojar a cincuenta personas, tiene que multiplicar sus posibilidades y dar cabida a más de cien.

La última vez que el Padre abrace a sus hijos franceses será en 1972. Es octubre, y el otoño amarillea los alrededores del Santuario de Lourdes. El Fundador atraviesa la explanada para visitar a la Señora en la Gruta. Cuando alcanza a ver la imagen, se arrodilla. Aquí, en este lugar bendecido por tanto dolor y tanta Gracia, el Padre -lo dice él- no pide nada. Sencillamente, pone en manos de la Regina Galliae esta batalla de amor y de paz que deben sembrar sus hijos en el suelo de Francia.

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