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martes, 11 de septiembre de 2012

El injerto



Por asuntos que no vienen a cuento, en Miravalles no tuvimos desagüe durante mucho tiempo, sino un pozo negro. ¡A veces, olía!
María lo vaciaba a cubos regando los árboles y un injerto muy interesante que hicieron de ciruelo, y cerezo.
Cortaron el ciruelo con un serrucho, y le dejaron sólo con el tronco. Luego en dos hendiduras de navaja, insertaron sendas estacas de cerezo y lo vendaron. Fue creciendo con dos ramas y unas hojitas al principio, pero luego, daba unas cerezas gordas como ciruelas, estupendas.

Todos los árboles estaban pintados de cal blanca; un buen trozo del tronco, para no sé qué de las hormigas y de los caracoles. Eso decía Baltasar. Sería para desinfectarlos de las plagas del invierno. Pero era una explicación muy larga para niños tan pequeños...

En primavera, todos se ponían en flor, y aquello parecía Japón. Nos gustaba cortar algunas quimas, para ponerlas en el jarrón enorme de cristal tallado. Tan enorme, que sólo admitía eso, hortensias o mimosas.
El jarrón pasó a mejor vida cuando tú, Patricia quisiste ayudar un día, a los cinco años.
No pasó nada. Lo traías para cambiar el agua pero no calculaste la altura de la mesa de la cocina. Fue un accidente, y mamá al ver tu cara no se enfadó.
¡Que servicial eras!
¡Qué rica!

¿Te acuerdas que dolor el día que se me cayó la espumadera y tú rápida la cogiste por la pala?:
-Me duele..., me duele.
Yo también sufría por fue por mi culpa, por mis prisas. Y quizá también porque pensé ¡qué no te quedaba poco que sufrir en la vida! Y eso, cuando se quiere a una persona, duele mucho.

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