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miércoles, 5 de septiembre de 2012

1967: De cómo no entramos en las drogas ni en el comunismo



Hoy escribo a un Julio Anguita, reflexivo cabezota, -con todo cariño. Leí una entrevista suya, y me dió que pensar...
¡Por lo menos éste es listo y honrado!
“Aquí se conculca la norma constantemente.
El día en el que estallará una revolución en España es cuando se cumpla la ley, se hundirían los pilares del sistema, es la alianza de concupiscencias.”
“Habría que asumir de manera medianamente seria la construcción de España”.

Me interesa Anguita.
Me interesa porque es un hombre que piensa.
No es tan común en estos tiempos.
Un hombre que piensa, y que es fiel a sí mismo.
Un hombre honrado.
Lo dice él mismo en la entrevista que le hace Simancas:
“Tengo un marcado sentido del deber heredado de mi padre y de mi abuelo: El deber de lo que hay que hacer bien.
Ser fiel a la palabra dada.
Asumir el trabajo encargado, resultar puntual, escrupuloso, y ponerle voluntad.”
Me interesan las personas que como el sastre reconocen su paño. “No es mal sastre el que reconoce su paño", -nos decía María-, nuestra muchacha de "todalavida".

Pensar es importante, porque hace pensar.
Hacer pensar resulta necesario cuando uno ya ha vivido mucho.
Cuando uno empieza a vivir.
Cuando uno está en el medio.
Me apena pensar..., que piense, -severamente-, que asumamos que Dios no existe, porque sé..., que él sabe..., que los hombres, somos seres que pensamos y amamos, que vamos a morir, y que lo sabemos. Me apena que una “chispa” de inteligencia como la suya no dé un paso más, y ceda.
No se puede ser perfecto en esta vida, al que piensa y trasmite lo que piensa no le vamos a pedir encima que dé su brazo a torcer...
Y me apena que los hombres seamos tan cabezotas.
Llevo meses dándole vueltas a una de sus respuestas. De momento, aquel día que leí la entrevista le contesté con otra. Dialogante. Disfrutante, si es que se me permite la palabra.
Somos de la misma quinta, de la misma vocación por la enseñanza...
Las quintas tienen sus tintes.

Yo procedía de una familia burguesa, pero con 18 años me pasé al bando de los trabajadores, y allí he seguido hasta que un día la enfermedad te siega la vida.
Y he vuelto, -y no para armar la tremolina, no para morir-, ¡Paz, amo la vida!, -grito con Adriano-.
Tengo "tiempo y memoria", igual que Anguita.
Lo que no tengo es todas las respuestas.

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