Buscar este blog

martes, 16 de octubre de 2012

En abril de 1937 se planteó nuestro Padre por primera vez la idea de abandonar la Legación de Honduras


El que pego a continuación es el relato de un gran historiador alemán, Peter Berglar.
Por su misma condición, de no ser español, pone distancia al tiempo y a la historia, pero de que fue heróico y milagroso, aquel paso de los Pirineos, lo fue.
En abril de 1937 se planteó nuestro Padre por primera vez la idea de abandonar la Legación de Honduras y ganar la otra zona huyendo a través del frente.
Hubiera existido tal vez una posibilidad, ya que varios miembros de la Obra eran soldados en el ejército republicano, unos porque habían sido reclutados y otros para evitar males peores.
Al final se abandonó el plan, por irrealizable. Entonces, don Josemaría, que carecía de cualquier tarjeta de identidad, puso todo su empeño en conseguir un «documento» que le permitiera salir a la calle con un mínimo de seguridad.
Después de muchos esfuerzos consiguió por fin un certificado que le acreditaba como «intendente general» de la Legación de Honduras y abandonó su encierro.
Así, al cabo de trece meses, pudo volver a salir a la calle con un riesgo que, si no era nulo, por lo menos era menor que el de antes. Fue a vivir a un pequeño ático en la calle de Ayala, una zona donde nadie le conocía de vista. Había adelgazado mucho ("Su madre lo reconoció por la voz", la aclaración es mía) y, con su traje de calle gris, aunque le estaba algo grande, y su corbata, no tenía aspecto de sacerdote disfrazado.



De inmediato volvió a su vida acostumbrada. Con increíble rapidez empezó a desarrollar una intensa actividad apostólica, hablando con muchas personas de amigo a amigo y como consejero espiritual, celebrando Misa (en casas privadas, por supuesto, en secreto y con graves peligros), administrando los Sacramentos e incluso dando ejercicios espirituales.
Gutiérrez Ríos ha descrito unos que duraron tres días; participaron unas cinco o seis personas jóvenes, Zorzano y Albareda entre ellas. Llegaban por separado. Escuchaban una meditación y enseguida se iban, cada uno por su lado. Por la calle meditaban sobre lo que habían escuchado y rezaban en silencio el Rosario; luego se reunían para la segunda meditación en otra casa, para la Misa en una tercera. En esas circunstancias, cada día que transcurría sin percances era un regalo de Dios.

Don Josemaría y los que le rodeaban pensaban que, al final, la victoria sería de los llamados «nacionales» y con ello la persecución de la Iglesia llegaría a su fin: Dios había salvado a su Iglesia a través de las persecuciones de los emperadores romanos, de los árabes y los turcos, de las revoluciones francesas y rusa, y Él haría que también sobreviviera a esta guerra...
Ahora bien, la seguridad que les proporcionaba la fe y la experiencia histórica no daba respuesta clara a la pregunta de cómo debe comportarse cada cristiano en una situación concreta; no daba respuesta a la alternativa que se le planteaba a don Josemaría: permanecer en Madrid o salir de allí;
¿debería huir?... ¿Podría irse?... ¿Tendría que hacerlo?

Dios quiere nuestra confianza, no nuestra pasividad. En aquellas circunstancias difíciles el Fundador del Opus Dei se mantuvo con fe firme y confiada como la de un niño, obediente siempre al querer de Dios; pero esa fe estaba siempre unida al oído más atento a las inspiraciones del Espíritu Santo. Y la cuestión que ahora se planteaba era: ¿Cuál es la Voluntad de Dios en esta situación especial de comienzos del otoño de 1937? De seguro que Dios esperaba, en primer lugar, que pusiera todos los medios: entre ellos, el juicio sereno, la valoración de las propias fuerzas físicas y psíquicas.
Don Josemaría podía argumentar diciendo:
«Si Dios quiere realizar el Opus Dei a través de mí, entonces me protegerá y me salvará donde estoy ahora, y me salvaría incluso en el calabozo de una checa».
Ese razonamiento parece humilde y lleno de confianza..., pero, de haberlo aplicado, hubiera sido temerario e incluso impertinente; algo así como si un hijo que estuviera en dificultades le dijese a su padre:
«A ver qué haces, tú me has traído al mundo; ahora tienes que sacarme de apuros, al fin y al cabo es tu deber; yo no hago nada, espero a ver qué haces tú ... » Esto sería absurdo; un hijo tiene que intentar resolver por sí mismo las dificultades, y buscar el camino para arreglárselas por su cuenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario