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domingo, 22 de julio de 2012

El primer viaje a París con nuestros padres, 1962

Mamá y mi hermano en la terraza de Laffallet
Salimos de madrugada, como siempre, para no coger a nadie en la carretera..., entonces, quizá en 1959 ó 60, era así.
Paramos en Zarauz. Allí veraneaba Fabiola de Mora y Aragón. Se había casado por entonces, con Balduino el rey de Bélgica. Su boda fue una de las primeras cosas que vimos en televisión. Digo vimos porque me trajeron del colegio a propósito. Todo un acontecimiento. Hasta entonces sólo se veía nieve.
“Per culpa la nevaeta sa fotut la pantalleta.”¡Qué gracia le hacía a papá repetir esta frasecita de un ninot valenciano! Otra frase que quedó institucionalizada en la familia.
Paramos en Burdeos, a ver a madame “Dologués”. Amiga de los tíos Pericos. Recuerdo que por alguna calle vi que no estaban hechas las infraestructuras del alcantarillado.
Francia siempre ha presumido de sus carreteras, que bien. De su cocina, que bien. Ahora no sé. No volví después de 1972.
Paramos en Limoges. Compramos un pañuelo de cabeza precioso con lunares grandes de todos los colores. A mamá le encantaban. Eso, y los bolsos estilosos. Y paramos en muchos sitios.
Llegamos a París. El Hotel estaba en la rue du Moin.
Todo era muy diferente de aquí: La fruta tenía brillo, estaba muy bien presentada en sus cajas, se levantaban muy pronto, para preparar el mercado. Era, como habíamos estudiado con sor Mª Luisa en el colegio de Cóbreces. La amplitud de la ciudad, me pareció fabulosa, enorme.
Visitamos el “marché” de las pulgas, que es tipo el rastro de Madrid, aunque ya sé que comparar es de paletos.
Íbamos en plan de ver espectáculos. Al Palais Chelliot. A Lido..., Etoile…

El folie verser
En realidad era un teatro, con un espectáculo maravilloso. Representaban “Un reloj en la época del Rey Sol”, Luis XIV. Todas las figuras, los artistas, se movían, hasta formarlo.
Iban saliendo en parejas de baile, con unos trajes:... terciopelos burdeos, verde botella, azul zafiro… meriñaques, chalecos dorados, zapatos con grandes lazos ellos, pelucas blancas tanto el chico como la chica.
Andaban y bailaban como si tuvieran ruedas en los pies. De repente, el escenario se convirtió en una gran piscina, en la que nosotros veíamos nadar a los artistas desde el lateral: como si fuera un enorme acuarium.
El decorado era más bonito aún, que el de la isla de las sirenas de Piter Pan, cascadas, flores, guirnaldas… Era como un paraíso.
Después “La jaula de las fieras”, las chicas vestían con pegados trajes de leopardos… las uñas pintadas de color dorado, -manos y pies, lo vi pasaron a nuestro lado-, y todo el cuerpo maquillado de oro, parecían estatuas, no se les movía un músculo.
Luego bailaron una danza del amor, que no vi. Me dio vergüenza. Papá me dijo que repetían el mismo espectáculo por lo menos cinco años.

El olimpia
En El Olimpia actuaba Gilbert Becaud:
♫ “Ne me quitte pas, il fo t·ublie”♫... Para concentrarse, ya entonces, se recogía el oído derecho con la mano, y cantaba con los ojos cerrados. No cantaba, interpretaba, ronroneaba, recitaba. ¡Tan francés!
Mis padres habían visto en otra ocasión a Josefina Baker; una bailarina de color que auspició niños de todos los paises del mundo, y vivía con ellos en un castillo muy cerca de Burdeos.
Había sido muy escandalosa, pues bailó con una falda de plátanos que iba tirando al público. ¿Qué cómo se quedaba al tirar el último? Pues con ropa, ¡claro!
A la Tour Eifel. A Les Écoles Militaires. La Madelaine. L ‘Opera. Le Sacre Coerur.
A un cine pequeñito, de filas de cuatro butacas, y en medio el pasillo: Allí vimos “Los secretos de París”. Fue la primera vez que vi un señor padre de familia y profesional normal, que por la noche se travestía y salía a actuar en un espectáculo. Era el año 1958…
En Montmatre, se hicieron los retratos a carboncillo que hay colgados en el pasillo de casa de mamá, junto con unas magníficas caricaturas hechas en Algeciras en 1952. Como también hay otro del bisabuelo Mata Bocanegra, lo llamo con pomposidad: la galería de antepasados.
Nos llevaron a comer a comer a un “Self-service”. Nos pusimos tal cantidad[1], que los camareros estaban asustados. Y no te digo nada cuando aliñamos la ensalada, con lo rácanos que son ellos y lo esplendidos que somos en España, -digo-, el que lo es. Nosotros lo éramos porque no teníamos ni idea de lo que costaban las cosas...
Papá se reía. Otros días comíamos en La Bóis du Boulogne. Platos cocinados. Pollo asado…
Conocimos las famosas Galerías Lafallete. A la salida había unas máquinas, parecidas a las básculas de las farmacias, en las que metías una moneda, y empezaban a vibrar, de tal manera que quedabas completamente descansada, para seguir comprando. Tiene su explicación. En esos grandes almacenes, te vas como cargando de electricidad estática o algo así, debido a las fibras artificiales. Las máquinas hacían de toma de tierra.

En el palais l’ etoile
Lo de las entradas, ocurrió allí. Habíamos estado mirando en la maqueta qué localidades queríamos. Entonces, junto a la taquilla, había unas maquetas de la sala del teatro, y podías pedir la fila tres, números 9, 10, 11, 12. En fin, lo que querías.
Actuaban los bailarines de “Orfeo negro”. Una película de mucho éxito por entonces: “Tristeza, adiós tristeza. Perdida ou carnaval... ¡Ah felicitate...como a bruma!...
De la película me acuerdo que la protagonizaba Harry Belafonte, un mulato de mucho éxito.
El caso es que llegamos al teatro y teníamos las localidades ocupadas. La acomodadora, vestida de terciopelo rojo, con muchas chorreras doradas, que: ¡qué más nos daba!
Mi padre, que quería las que había comprado. Los otros, que no se levantaban.
Salimos.
Vimos a un gendarme.
Papá le preguntó dónde estaba la comisaría más próxima. Dijo que no estaba de guardia. Papá[2] que le toma el número de la gorra. Acabamos en la Embajada.
Al día siguiente todos arreglados, asistimos a la representación con las entradas que elegimos. La buena pinta, ¡abre puertas! Todo eran reverencias.
Mamá como siempre sufriendo...

En el palais chaillot
Fuimos a escuchar a la orquesta Filarmónica de Leningrado. Papá, compró las entradas en la primera fila de Principal: Decía que desde allí se oía mejor. En un solo de violonchelo mamá diciendo que cuando acababan de afinar el instrumento, ¡mira, la monda, lo que nos hemos reído con ella! Estoy segura que lo hacia adrede, porque se reía entonces, y se vuelve a reír ahora.

Ya de recién casados, una tarde en los toros, mi padre no dejó pasar a una persona que llegó después de empezar la lidia.
El reglamento taurino dice que así debe ser. Era el gobernador. Allí le tuvo.

 El alfiler de sombrero:
Continuará...

Notas:
[2] Lo del Libro de reclamaciones de toda su vida., -como Paco Martínez Soria en la película "Don Erre que erre"... La cantidad no importaba..., era quien tenía la razón. En defensa de un derecho. Yo no me atrevo. Mi hermano Álvaro es igual que él. Hasta el final...

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