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domingo, 29 de julio de 2012

El viaje de novios de mis padres



Isabelita Hormaechea con mamá en Bilbao, 1943. En el viaje de novios.

Empezó con la despedida de todos desde el mirador. Llevaron 5.000 pesetas. Todo fue en tren; sin clases, sólo había tercera, y, carbonilla.
Papá no tenía coche. Ni los había. Ni fabricantes.
Llegaron a Bilbao. Lo primero a arreglarse, entonces era así, llegabas de pena.
Isabelita Hormaechea les invitó al teatro. Mamá dice que no estuvo atenta a nada, que se aburrió como una ostra. Nunca le gustó. Ni el cine tampoco, porque luego mi padre comentaba ¡y había que pensar! –dice-.
Isabelita llegó con sombrero. En el teatro se lo hicieron quitar.
Se quedaron en el Hotel Carton.
En Barcelona pasaron quince días. Montserrat..., cine, teatro, compras, y, comidas...
Mi padre era buen comedor, no de cantidades. Sibarita.
Había conocido durante la Guerra a un fabricante de puntas catalán. Se pusieron en contacto e hicieron los dos dinerillos1.
En aquellos años las puntas se necesitaban más que las joyas. Por eso yo veía todo el mostrador de la tienda por dentro lleno de cajones con puntas de todos los tamaños y calibres.
La tienda la barrían con una mezcla de serrín y gasolina o no sé qué, para no levantar polvo. Solía hacerlo Enrique. Que leal, ¡qué buena persona! Marcaba todos los artículos con una letra preciosa.
Cuando íbamos a la tienda me dejaban jugar con una vajilla en miniatura que Enrique, el encargado2, bajaba de un altillo, con una casa típica montañesa que se desarmaba. Luego lo volvían a guardar, y, no me lo regalaron nunca.
A lo mejor por eso me hacían tanta ilusión.
Se vinieron a vivir a Torrelavega.
En 1945 ya éramos una familia.

Don Máximo Fernández-Cavada, Conde de las Bárcenas, era Ingeniero. El que más compraba y construía entonces. Vivía en un Palacio, con estanque y cisnes.
Las muchachas se llamaban Herminia y Manolita, mi hermano Ignacio vivió en el piso que les dejó al morir don Máximo, por indicación de papá. Estudiaba Comercio en Santander. No sé yo que tal le vino. Sí, bien. Si te tratan como a un señor, te obligas a portarte como tal. ¿O, no?

Fueron un ejemplo vivo de que a veces el servicio, era más señor que los señores. Y cómo sabían estar en su sitio. Qué no es nada fácil. ¡Ni lo digo por ellas! Lo digo por todos.
Me dejaban las muñecas de sus señoritas, que eran de porcelana.

Mamá en Somo, playa frente a la bahía de Santander
Mientras yo llegaba, papá y mamá disfrutaban de las sobrinas: Aurorín, que les llevó las arras, y Churi. Tendrían 6 y 4 años. ¡Cómo las quisieron! Iban a Somo. Al campo. Hacían excursiones. Las quisieron mucho, mucho.
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Notas
1 Nunca lo supe. Me lo acaba de contar mamá.
2 Merece un libro aparte: Otro ¡lealazo!

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