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sábado, 21 de julio de 2012

Presentación de mi blog

 Quisiera que mi vida se diera a conocer, porque la felicidad, -como el amor-, es un bien bueno para ser difundido. Verás, lo feliz que soy. No soy un fui, ni un es desesperado.
Me encanta el color. La música.
De los libros, fui fanática. Durante muchos años, devoraba...
Ahora más que meter, quiero sacar, cuanto tengo dentro. Ya leo lo justo. En fin..., solo tengo cinco libros empezados: La Biblia, El arte de vivir, El laberinto sentimental, Anatomía del miedo, Los diálogos de Platón...

Me gusta el sol. La lluvia. ¡¡¡La vida!!!
Me gustan los manteles de cuadros de las tascas. Y el encaje de una mantelería de fiesta. La vajilla inglesa, Royal Albert; y las jarras de barro.
El vino bueno –que es el que no hace daño- el tinto de Villaviciosa de Odón. El gordo de Toro.
Me gustan las rosas de bacarrá, y las anémonas.
Prefiero el piano... Dicen que la música es el medio de comunicación más espiritual...
Me gusta ¡¡¡ El cine..., y el teatro ¡¡¡lo que más !!!
Me gustan las Zarzuelas. La primera que vi, fue “El barberillo de Lavapiés”; con mi hermano Ignacio-Pedro –que llevaba un traje gris de pantalón corto, y medias de sport de cuadros a la inglesa– en La Plaza Porticada de Santander, sustituyendo a nuestros padres. Entonces siempre tenían abono. Y del cine, como muchos otros amigos.

Me gustan las letras de las sevillanas, porque en Andalucía todo es señorío:
- “♫ Me gusta dormir en palacio y mirar a las estrellas ♫ ”...
Me encantan las canciones mexicanas... Todas tienen argumento y un afecto especial de juventud. Me gusta el ballet clásico. Y..., los tangos, que siempre fueron: ¡lo mío!

Del paisaje, los cerezos en flor de la zona de Huesca en enero. Las rociadas montañas de mi tierra. Los campos de azafrán, y (...) El mar. El mar de Santa Pola en particular.
Todos estos “prefieros” están llenos de recuerdos... “Recordar es volver a vivir, que decía Ovidio”. ¡Qué vete tú a saber si era él quién lo decía!

De pequeña me encantaba desgranar el boj, y quedarme con la flor de hojitas verdes entre los dos deditos, tan duras, tan bien hechitas. Brillantes por el derecho, mate y más claro por el revés. Miden no más de 8 milímetros. Cuando uno conoce bien una cosa: No te la dan con queso.

De las personas me gusta la sonrisa. En sus ojos. Porque quién ríe antes con los ojos, que con la boca, esa, ¡es feliz! Aunque recientemente pienso que los dientes son bellos. ¡Hay que enseñarlos! No. En ese otro sentido, no.



Quiero, y quise siempre, hacer feliz a la gente. Hacerla reír.
Lo que más admiré de mi padre fue su ternura, su capacidad de querernos, y su fe. Le doy las gracias por aquellos domingos por la tarde. Cuando no existía la televisión: Nos los dedicaba íntegros. En verano, haciéndonos helados en aquel cubo de madera, en cuyo interior giraba un cilindro -como de estaño- rodeado de hielo picado, con sal, para bajar la temperatura, -dice mi hermano Ignacio- hasta que dale que dale a la manivela, salía el helado con sabor a vainilla. En invierno, el chocolate.

Los churros los hacía María, la muchacha de toda la vida, que tenía más fuerza, porque había que apretar el émbolo de la churrera contra el estómago, para sacar la pasta. No era como ahora que, o vas a comprarlos, o, los haces con una churrera de rosca. Aún estoy viendo la chocolatera: de porcelana, azul marino por fuera y, blanca por dentro; y aquel palo gordo para batir el chocolate haciéndolo girar entre las dos manos: Muy batido y poco hervido.

Y en otoño ¡la petanca!..., de plomo, de las auténticas; en las desiertas playas del tibio invierno cántabro. Con algún despiste de mi hermano Ignacio-Pedro, que tiró una bola para el cielo y..., le cayó a mi padre en la cabeza. Claro que la tenía dura. Cuando tenía pelo, una vez le dieron sin querer con un bastón de golf, y ni brecha...

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